Las aspiradoras como metáfora. Los expertos insisten en invocar un principio universal en el mundo de la innovación: no solo de grandes y complejas tecnologías vive la evolución de la humanidad; el hallazgo de grandes y prácticas soluciones a pequeños problemas cotidianos también ha escrito páginas de la historia, aunque sea con minúscula. Es el caso del nacimiento de la aspiradora.
Puede parecer frívolo, quizá un asunto menor y de escasa trascendencia, pero en los albores del siglo XXI, donde el confort en el hogar dejaba aún mucho que desear y el desarrollo de las máquinas era imparable, la patente de este electrodoméstico impulsó a su creador del origen más humilde al negocio multinacional.
¿Quién invento las aspiradoras?
James Murray Spangler, tal y como lo describen los documentos del archivo histórico de su ciudad natal, Ohio (EE UU), trabajaba como conserje en unos grandes almacenes, como encargado del mantenimiento de los mismos.
Durante años, padeció los estragos del asma y, aunque solo fuese una intuición, llegó a estar completamente seguro de que su dolencia se debía al polvo que desprendían las alfombras que limpiaba en su lugar de trabajo.
A esta circunstancia le buscó una solución de andar por casa. Montó una barredora vertical y mecanizada de alfombras sirviéndose de un palo vertical, una bolsa de tela (dicen que una funda de almohada) y un pequeño motor automático con capacidad de succión ubicado en la zona de los cepillos y conectado con la bolsa. Corría el año 1907 y aquello era el germen las aspiradoras, un producto que no faltaría en ningún hogar.
Cierto es que cuatro décadas antes de la idea de Spangler, otro norteamericano, Daniel Hess, creó una máquina capacidad de limpiar las alfombras con una filosofía parecida, pero funcionaba con un depósito de agua y era demasiado aparatosa como para ser producida en serie y estandarizada. Su peso de 40 kilos la dejó en casi una anécdota.
Quizá el conserje de Ohio se inspiró en el sistema de succión de la antigua máquina, pero tuvo dos aciertos importantes: ideó un aparato manejable y fácil de fabricar y, después de mejorar el diseño original, lo patentó. Las aspiradoras habían nacido.
A diferencia de otros muchos casos, en esta ocasión el documento oficial no se quedó en un cajón. Spangler tuvo la suerte de contar con lo que hoy llaman un ‘bussines angel’, al que llegó gracias a su red de contactos: su prima hermana. Ésta estaba casada con William Hoover, un empresario con recursos y visión. Invirtió en su patente y nació la compañía de ‘la escoba eléctrica de succión’.
Con el tiempo, Hoover pagó lo suficiente por la empresa como para cambiarle el nombre y la convirtió en un imperio internacional.
En EE UU causó furor. Al principio, como dato curioso, solo los hombres utilizaban la aspiradora, al considerarse que estas no estaban hechas para las mujeres. Y los grandes hoteles y las empresas eran los principales clientes. Pero el hecho de que tener el aparato fuese sinónimo de estatus social, sumado a su carácter práctico, hizo que muchos hogares no quisieran perderse la última innovación. Los empresarios estaban tan convencidos de su éxito que en solo tres años abrieron una planta de fabricación en Canadá y en una década lo hicieron en Inglaterra. El impacto de la ‘escoba eléctrica de succión’ en la sociedad es un ejemplo digno de estudios sobre las marcas. Hoy, en el mundo anglosajón, hacer el ‘hoovering’ es pasar la aspiradora.
El despegue de las aspiradoras
Hoover abre una planta en inglaterra. Los hogares pudientes no prescinden de modelos que cambian poco la esencia inicial. Una decena de grandes firmas multinacionales ya las fabrican, con la bolsa integrada. Tras décadas de mejoras técnicas, nace la más innovadora: el aspirador robot.
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